Violeta ya no vive en su ciudad grande, en su barrio de siempre. Tuvo un día que huir de allí con su madre de la sinrazón y de la violencia machista. Casi tres años después ambas residen en una pequeña ciudad costera, lejos de su padre. Están en una casa singular, una casa de acogida, con otras familias, todas en parecidas circunstancias. La intimista carta con la que terminó el libro de La cara de la Inocencia, en la que cuenta tanto los motivos de su huida como su situación actual a sus amigos más directos – Laura, Marian y José Manuel-, da pie para que empecemos a conocer en este otro libro cómo se encuentra meses después Violeta, cómo son sus compañeros y compañeras de casa, de instituto, cuáles son sus intenciones con respecto a ella, con relación a su universo personal, por qué actúa de esa manera tan áspera y desconsiderada Bruno, uno de los chicos residentes en ese lugar tan especial.
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